La vida sin telefonos inteligentes

¿Recordáis aquellos años en los que no teníamos teléfonos inteligentes? Salíamos a la calle sin preocuparnos de si llevábamos el teléfono en el bolsillo, si tenía carga suficiente o de  si tendría buena cobertura el lugar al que íbamos. Aquellos tiempos en los que podías ir al cine, al teatro o a cualquier evento y no esperar que en cualquier momento suene un teléfono dos filas detrás de la tuya, o poder perderte una tarde en cualquier lugar sin que nadie te localice. Esos años que pasamos adecuándonos a los cambios que nos imponían para poder manejar dichos teléfonos.

El cambio ha sido brutal, ahora con las redes sociales y con acceso a internet tenemos todo lo que necesitamos en el bolsillo. Sales de casa y lo único en que piensas y  que te preocupa es llevar el android en contigo porque ¿a dónde vas a ir sin él? ¿Cómo afrontas el día sabiendo que te has dejado el teléfono en casa? Y es que según expertos, hay una nueva adicción, la enfermedad del siglo veintiuno, la nomofóbia, el miedo a quedarse sin el teléfono por poco tiempo que sea.

Según un estudio reciente miramos el teléfono unas treinta y cuatro veces al día. Y es que el teléfono móvil es una parte fundamental en nuestras vidas, hasta tal punto de ser una patología que necesita un diagnostico por un especialista. La obsesión es más habitual entre las mujeres ya que el setenta por ciento de las mujeres padecen esta nueva enfermedad ante el sesenta por ciento de los hombres, los síntomas más frecuentes de la nomofobia son  ansiedad, malestar generalizado, inquietud o enfado cuando se nos habla del tema. La negación absoluta ante esta nueva enfermedad hace más difícil su erradicación, ya que todos y cada uno de nosotros utilizamos nuestro teléfono en nuestra vida cotidiana, y es que todo en exceso es contraproducente. Los consejos de los psicólogos son muy variados aunque el mas recurrente es ir dejando poco a poco el teléfono, es decir, proponernos no mirarlo en la próxima hora, después ser capaces de salir a la calle sin él  y así progresivamente hasta conseguir que no sea una obsesión estar conectado todo el tiempo a determinadas aplicaciones como las redes sociales en las que hacemos un resumen de nuestro día a día con todo lo que ello conlleva, hacer pública nuestra vida privada.

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